¿Si el problema no es que nadie piensa... sino que todos gritan?
El Libro de los Brutos
no trata sobre ignorantes, sino sobre creyentes fervorosos del sentido común mal entendido. No hay villanos de caricatura aquí. Hay madres que educan con miedo, senadores que aplauden la obediencia, influencers que confunden volumen con verdad. Cada capítulo es un espejo incómodo. Lo que devuelve no es una distorsión... es un retrato demasiado nítido.
En estas páginas se cruzan Natalia, que vota por castigo; Esteban, que cita a Foucault como si vendiera cigarrillos; Briselda, que impone colores como si fueran mandamientos; y Romina, que convierte su fe en trincheras. Todos ellos se creen buenos. Todos creen tener razón.
Escrito con la pluma afilada de quien conoce el absurdo desde adentro, este libro no sermonea. Solo expone. No pregunta si hay salida. Solo muestra cuán cómodos pueden ser algunos encierros.